Moscas en la Cocina (I)
Todos tenemos otro que también somos.
Por eso es mejor evitar los espejos.
Cruza la calzada una mujer paseando a su perro de dos patas suspendiéndolo del rabo.
El alma es un simple trozo de madera cilíndrica de aspecto inútil.
Hay silencios que se esconden dentro de las cajas vacías.
Recordar es como soñar, porque ni existe una cosa ni la otra.
Incluso cuando eres una lata de aceite derramada llegas a saber que lo vertido es aquello que de la imaginación sobraba.
Tan difícil es ser fácil como fácil ser difícil, dijo la puta al cocinero mientras jugaban a las cartas.
Cuando no salimos del refugio, ya no es refugio.
El sentimiento de las cafeteras es el mismo que el de los números y las letras.
Cruza un funámbulo el océano entero sin saber nadar ni volar.
Y suspiraba ansiosa la langosta, preguntándose a si misma, qué demonios hacía en el fondo de una fregadera.
Da igual que les falte la cabeza, el tronco o las extremidades. Los maniquíes saben que siempre estarán locos.
Son a su vez prisioneros los tornillos que alojados en el interior de una pieza condenan el movimiento de otra.
Construyó un muelle con tanta fuerza que lanzaba los payasos hasta donde duermen las ruedas de los elefantes.
Llora un reloj sin cigarro en el escalón de un portal. Todos me han engañado, solloza.
Lo inmenso es falso en las montañas de calcetines. Dentro es ligera estructura de madera.
En la mano izquierda una maleta. Hilo atado a un globo en la derecha. En lugar de cabeza, una jaula.
Las tres de la mañana es la hora en la que todas las sillas con zapatos ríen la muerte de las mesas.
Si no se abre tal vez prefiera estar cerrada.
En los hoteles decadentes la mayoría de los interruptores acaban enamorados de los pomos de las puertas.
Dos peluches con sombrero yacían abrazados en el interior de un ascensor.
Con los ojos cerrados sueñan la realidad los retrovisores de los coches.
Encontrarse el punto de apertura justo entre chorro y goteo no es la única obsesión de los grifos autistas.
Los pianos son conscientes de la soledad que sienten.
Saltó al vacío un ventilador desenchufado.
Una piedra, una cuerda y una polea, eran suficientes para que la puerta se cerrara sola.
Las farolas se sienten inútiles durante el día.
Se arrancó el cargador y le prendió fuego.
De los rodamientos quebrados se consiguen esferas preciosas.
Alrededor de los árboles metálicos giran los amantes ridículos sin llegar jamás a rozarse.
En bucle muere aplastada la ilusión del ingenuo.
No pisan el suelo los niños de brazos infinitos.
Miles de llaves flotando indecisas se detienen delante de una burbuja.
Qué terrible ser, el incrédulo de sombra lánguida.
Qué terrible es, cuando se extiende su atroz desidia.
Mira un pez las huellas que dejan sus pies.
Envejece el entusiasmo si desconfía su delirio.
Duelen más los nervios que los huesos, dijo al volante el enfermo.
Con la mirada inventan las manos tocar lo que no pueden.
No es cuestión de tiempo que se convierta el perro en caballo.
Infecta de torpeza duerme la pereza.
Cápsulas de cromo atrapadas en una bolsa de red.
Noches desafortunadas recorren túneles de almohadas tristes y sábanas arrugadas.
Comenzó a preocuparse cuando por segunda vez bajó a la calle en zapatillas de casa sin darse cuenta.
Se fugaron juntas la rata y la culebra.
Toros deformes posan desnudos para un ciego escultor.
Cuellos estirados, bocas abiertas y dientes prominentes.
Se desintegran las gotas de agua sobre el hierro incandescente.
Dos coches se besan en el rincón de un frontón.
Cuentan hasta diez y vuelven a empezar.
Abrió la caja de las ideas y empezó por una de ellas.
Treinta narices de payaso clavadas en la pared.
No siempre es oportuno visualizar antes de ver.
Regaba un aspersor excitado la espalda de un ternero borracho.
Un espantapájaros convaleciente aprendió a ser fluorescente.
Como los clavos se sacan los hábitos.
Se ahorcó un zapato con el cordón del otro.
A las cerillas apagadas aún les queda un trozo de esperanza.
Los relojes de arena son los únicos en dar sentido al tiempo.
Se sentían idiotas los que tuvieron que aprender a ser felices.
Entre todas las casualidades, algunas son escogidas.
Lo importante de las paralelas es la distancia entre ellas.
No están tan ordenados los ordenados.
Moscas en la Cocina (II)
Moscas en la Cocina (III)
Moscas en la Cocina (IV)
Moscas en la Cocina (V)
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Moscas en la Cocina (VII)
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Moscas en la Cocina (XII)
Moscas en la Cocina (XIII)
Moscas en la Cocina (XIV)
Moscas en la Cocina (XV)
Moscas en la Cocina (XVI)
Moscas en la Cocina (XVII)
Moscas en la Cocina (XVIII)
Debe ser que todo son ciclos por aquello de estar dando vueltas.
Destensadas las cuerdas ya no son cuerdas.
Apelmazados los cuerpos no dejan de mirar.
Lo que importa no es aquello que más felices nos hace.
Qué raro todo eso tan normal.
Después está el deseo que muere vivo y traicionado.
Guarda un poco de sangre para luego.
Se le escucha lo que piensa de tan intenso el silencio.
El único modo de sufrir y disfrutar con la misma intensidad es ignorando que todo terminará.
A más vidas más vida.
Ya voy mundo bruto poeta curvo de hojarasca.
Retumba dividida la memoria futura.
Ver de verdad sin ser en realidad.
Pegas y penas y mientras con nadie sentir ya.
Algo saben las medusas que no quieren contar.
Tal vez sea mejor no tener ventanas.
A oscuras se pinta el cuadro con más luz.
Cautivo deseo en medio de un sueño.
De las aristas el viento y de las puntas el tiempo.
No es apetito el ansia es laberinto.
Real y de verdad por costumbre naufragar.
Confesó a su dueño un coche que durante el viaje le robó la identidad.
Sálvame sordina una vez más.
Miden los más cautos sus esfuerzos antes de actuar.
Que dejen los abismos de incordiar.
Hay otra voz que no es conciencia.
Quién se indigna si no sueña al pie de un tobogán.
Luces de arena en retinas de muñeca.
Desespera la calma blanca y los nudos son de agua.
Para qué nacer sonido en el interior de una botella.
Nadie responde en alta mar.